Hoy, me aparto de los temas financieros, para abordar un tema económico y político poco comprendido: la fijación o control de precios por el gobierno.
El control de precios ha sido una estrategia muy socorrida por los gobiernos para tratar de frenar el aumento de precios, o la supuesta ganancia excesiva de las empresas comercializadoras. Es un mecanismo que tiene su origen en las economías de guerra, o durante catástrofes naturales, para evitar el desabastecimiento y los abusos ante la escasez.
Políticamente el control de precios es muy popular. La leyenda urbana nos dice que, Juan Varela, logró salir del sótano de las encuestas a la presidencia de la república con un slogan repetido durante la campaña: ¡Control de precios! Y bien pudo ser, el pueblo simpatiza con el control de precios porque lo ve como un castigo al abusador. La realidad económica es otra, los controles de precio crean más distorsiones económicas que las que resuelven. Y afectan duramente al humilde.
Lo que pasa por la mente de un político ante situaciones de inflación, o porque sospechan de arreglos de ganancia excesiva, es ponerle un tope o límite al precio con la debatible idea que así le dan al pueblo la seguridad de un valor justo y limitan al vendedor a una tasa aceptable de retribución. ¡Justicia distributiva por partida doble!.

En situaciones de inflación sostenida, el control de precios aspira congelar el precio al que todos pudieran satisfacer sus necesidades. Lo cierto es que cuando los precios suben por las razones que sean, congelar el precio a un determinado nivel, se generan dos consecuencias inmediatas. La primera es un aumento en la demanda producto controlado. La gente percibe que el bien es más barato que lo que puede ser en el futuro y compran para consumir o para guardar y consumir después. Y allí, el que tiene mejor poder adquisitivo y liquidez compra muchos mas que el pobre, con limitaciones de dinero. Aún más, el proceso se acelera precisamente porque el consumidor sabe que esa cantidad de producto a ese precio es limitada y actúa. Está de más decir que ese comportamiento, humano y natural, derrota el objetivo del control de acercarle el producto al “pueblo”.
La segunda consecuencia inmediata del control es la reducción o la desaparición del producto del mercado. ¡Na’ pa’ nadie a ningún precio! Eso sucede porque, el precio controlado, no le permite al comerciante recuperar sus costos y por lo tanto no lo importa o no lo demanda del fabricante. Nadie compra para perder. Hay que acordarse que en un ambiente inflacionario los costos del comerciante seguirán subiendo sin la posibilidad de trasladarlos al cliente y acarreando otras consecuencias.
Las consecuencias inmediatas del control, acto seguido, producen otras. La más conocida es el “mercado negro” (aquí más bien “mercado chino”). El producto se consigue por fuera y se pagan los precios de mercado y a veces más. La otra consecuencia es la aparición de productos sustitutos o parecidos y que se cotizan también a precios de mercado abierto. El resultado es que la política de control lejos de abaratar o estabilizar el costo de vida, lo incrementa.
A lo interno de los negocios, los controles incrementan el riesgo empresarial a los comercios, donde una gran parte, son vulnerables negocios pequeños. Cuando el control de precios limita el margen de un producto popular, el comerciante pierde parte de su colchón de ingresos que contribuye a pagar los gastos y subsistir. Pero, además, cuando el comerciante deja de ofrecer totalmente el producto, el comerciante pierde el ingreso total que normalmente ayuda a su flujo operativo mientras tiene que pagar a su proveedor.
Ambas reducciones ponen al comerciante a depender del ingreso de otros productos, posiblemente menos populares, para cubrir el gasto fijo de la tienda o el mini super. Y allí, en el mediano plazo, empieza la descapitalización y luego la desaparición de los pequeños negocios, sirviéndole en bandeja de plata el mercado potencial a los que tienen más tamaño y capital. Para lograr estabilidad económica y precios eficientes y accesibles hay otras medidas. Empecemos por el fomento a la competencia y la apertura comercial, reducción de burocracias y barreras artificiales. Estas políticas producirán un aumento de oferta y así, la posibilidad de bajar precios u ofrecer productos competidores de los que queremos controlar. Y con ello más estabilidad y prosperidad.
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